Testimoniatge de Bárbara Herrero Roqueta
Nom i cognoms: Bárbara Herrero Roqueta
Data de naixement: 1912
Lloc de naixement: Fuentes Calientes, Terol
Data d’entrevista: 11 de març del 2005
Lloc de l’entrevista: Castelló
Nom de l’entrevistador/a: Amparo Pérez i Tremedal Martí
Llengua vehicular: Castellà
Descriptors temàtics: Guerra civil, política, repressió, vida quotidiana, postguerra
Observacions: Entrevista mesclada amb relat escrit
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Reprodueix el testimoni. Part 2 de 2.
TRANSCRIPCIÓ
Entrevistadora. Estamos a 11 de marzo de 2005. Estamos reunidas en casa de Mónica Gómez, profesora del I.E.S. Ribalta; con Treme Martí; con Mónica y; con la protagonista de esta tarde, Bárbara Herrero Roqueta y yo misma, que soy Amparo Pérez Adelantado.
Bárbara. Nací en Fuentes Calientes, provincia de Teruel y en junio (de 2005), cumpliré 93 años. Nací el 3 de junio de 1912.
E. Cuéntenos lo que recuerda de aquel periodo correspondiente a la República, a la Guerra Civil…
B. Yo me crie sin madre, ya que a los ocho meses de nacer yo, murió. Nuestro padre era el practicante del pueblo (ATS) y se volvió a casar con una mujer muy buena, pero a los ocho años de estar casado, volvió a enviudar. Nos quedamos 5 de familia, 4 hijas y 1 hijo, y el hombre. Hacía lo que podía por nosotros, nos hacía respetar a la gente, que fuésemos buenos, que no tuviéramos envidias… y él era muy liberal.
E. ¿”Muy liberal” significa ser de izquierdas?
B. Era de izquierdas, republicano, liberal, como quieras llamarlo. Nosotros, por ejemplo, recibíamos en casa el periódico “Heraldo de Aragón”.
Vivíamos en el pueblo de Fuentes Calientes que está a 30 Km. de Teruel, en la Sierra del Pobo. Recibíamos el Heraldo de Aragón y nuestro padre nos lo hacía leer y más tarde explicarle lo que habíamos leído, estaba con nosotros un ratico, después, unas veces se iba al café sólo, otras veces cogía a toda su cuadrillica (sus hijos) con él al café. Luego también, las novelas de Blasco Ibáñez, las hemos leído todas, porque coincidía que él, a pesar de que era simpatizante del escritor, venían de familia, ya que Blasco Ibáñez y mi padre eran primos segundos o algo parecido, y tenía pasión por Blasco Ibáñez. Y así pasando nuestra infancia.
Yo recuerdo aún cuando hubo aquella sublevación en Jaca, cuando fusilaron a Fermín Galán, lo recuerdo como un sueño. Lo recuerdo porque en un pueblecito pequeño, el cura, el practicante, todos tenían que hacer tertulia juntos. Se discutían muchísimas veces, muchísimas, pero todos eran muy buenos y muy buenos amigos. A veces decían: «No, contigo no se puede hablar», y mi padre contestaba: «¿ Y qué tienes que decir de mi porque soy republicano?», ellos respondían: «Si todos los republicanos fuesen como tu…» Y mi padre respondía: «Si todos fuesen como vosotros…»
De la época de la República lo único que tengo yo presente es que yo estaba en Valencia cuando trajeron los restos de Blasco Ibáñez que murió en Francia y pidió que hasta que no hubiese una república en España, no se le trajese aquí. Yo fui a recibirlo porque me lo mandó mi padre, me llamó mi padre y me dijo que en su nombre, fuese. Yo no sabía lo que significaba, pero fui.
Cuando yo estaba en Valencia estaba con un familiar que era modista, para enseñarme a coser. Yo me cuidaba de su madre que era muy ancianita y aquella era de Acción Católica y me inculcó este pensamiento. Yo creía en Dios, a comulgar, a hacer ejercicios espirituales, todo lo que usted quiera y más. Y me decía: «Reza mucho por tu padre porque tu padre irá al infierno, y es muy bueno y no se lo merece». Y yo, un día le dije a mi padre: «padre, sabe lo que me dice Asunción…»y él me respondió: «Hija, tu reza y ve a misa lo que quieras, pero reza por ti, y por mi no sufras porque tu padre no irá al infierno porque no ha hecho ninguna cosa mala».
Vino la guerra –entonces yo estaba en Fuentes Calientes- y desde el primer momento estuvieron los fascistas, y yo entonces, ya había visto tantas cosas que yo ya no tenía ganas de ir a misa. Mi padre me decía: «Hija, tu que has ido siempre a misa, ve, ve porque no sé que va a ser de nosotros». Pero cuando vi que los curas se echaban la carabina o la escopeta al hombro, sin sotana y sin nada y a matar a diestro y siniestro, cambié radicalmente.
E. ¿Usted llegó a ver, personalmente a alguno de estos curas que acaba de mencionar?
B. Vi a dos curas, de los que eran amigos de mi padre que los dejaron arrinconados, apartados en casa , diciéndoles que con ellos no se podía salir de casa porque daban fianza a todo aquel que se lo pedía y eso no podía ser, «y nosotros (los curas) tenemos que matar a los que se lo merezcan». Y a aquellos dos pobres curas, los mismos compañeros, les dejaron de lado. Así pasó.
Primeramente en mi pueblo estuvieron unos, luego estuvieron otros (aquí se refiere a ambos bandos de la guerra). Cuando vinieron las tropas de Franco [Entrevistadora cree que aquí Bárbara se ha equivocado y se refiere a las tropas republicanas. Por el contexto de este párrafo deduce eso], mi padre salió en fianza por unos chicos que eran amigos de mi hermano y nuestro, ya que su padre y su madrastra se habían ido del pueblo y los habían dejado solos en la casa que estos tenían en el pueblo. Eran los caciques del pueblo, pero nosotros siempre habíamos tenido una buena relación con ellos, éramos chicos todos. Y mi padre tenía unos sentimientos muy buenos, tenía sus ideas, pero tenía muy buenos sentimientos.
Mi padre salió en defensa de ellos diciendo que el único cacique que había en el pueblo se había marchado y que estos eran sus hijos y los había abandonado porque la nueva mujer del cacique se había llevado a sus propios hijos, pero que a los otros, los había dejado aquí. «Yo me hago cargo de ellos y respondo por ellos». Y no les pasó nada.
Cerca de mi pueblo estaban la minas de Utrillas. Mi hermano ya estaba de practicante, no se si en Utrillas o cerca de Montalbán, y llega que hacen una redada y a los compañeros de estudios de mi hermano de aquellos pueblos, se los llevaron a todos, y no supimos nada de ellos. Lo único que supimos es porque la Guardia Civil estaba en un pueblo al que llaman Perales y uno de los guardias era, si no novio, muy amigo de mi hermana y nos ponía al corriente del peligro que corríamos. Y vinieron a buscar a mi hermano , pero este no estaba.. Bueno, si que estaba, pero yo le dije a mi hermano: vete arriba y súbete por el tejado. Yo siempre he sido muy decidida, muy impulsiva. Se subió y les dije a los que habían venido a buscarlo que ya había ido a Utrillas –el pueblo del que era practicante-. Ellos me preguntaron que cuándo volvería, y yo les respondí que prara las fiestas de San Bartolomé, el 24 de agosto. El Guardia Civil me dijo que cuando volviese, se presentara. Ese guardia amigo de mi hermana le dijo a esta que su hermano no se presentase por nada del mundo, pero que no supiera nadie lo que el guardia le decía a mi hermana más que mi padre y yo misma.
Tan pronto estaban los unos en un sitio y los otros en otro (fascistas y republicanos). Y ya me tiene a mi y me fui una mañana muy pronto, antes de hacerse de día, campo a través a Utrillas, mirando que nadie me viera. Cuando estaba cansada, me metía en una paridera, que es donde guardan el ganado. Llego a Utrillas y dije que quería ver a mi hermano, el practicante Ovidio Herrero. Los que vigilaban la entrada del pueblo me dijeron que si entraba, no podía salir de él. Yo les respondí que no, que de ninguna manera, que si no volvía a casa, liquidarían a mi padre y a toda mi familia. Uno de los cabecillas de los nuestros que era de Rillo, de un pueblo que atendía mi padre y que era amigo nuestro. Yo le dije –al vigilante de la entrada del pueblo-: «Dígale a Cañete que venga, que está Barbarica, la de Fuentes, la del señor Juan Pascual, que venga, que quiero hablar con él». Vino y le dije que tenía que avisar a mi hermano para que no se presentara a la Guardia Civil. Este Cañete era el jefe de esa zona y me dijo que me fuera tranquila que él avisaría a mi hermano.
Me volví a marchar y me recomendó que me quedase a hacer noche en un pueblo que no recuerdo cómo se llamaba . A la mañana siguiente me marché al hacerse de día. Me habían dado de cenar y me pusieron algo para el camino pero no me quisieron cobrar nada. Esto era la víspera de la fiesta de San Bartolomé y yo estaba segura de que mi hermano no llegaría. Aquella noche, la víspera de la fiesta –entonces los practicantes hacían también de barberos – ya me tiene a mi, con unos pies con los que no podía ni andar, me pongo bien peinada, bien arreglada y sentada allí como si no pasara nada. La gente haciendo comentarios sobre la llegada de mi hermano, yo, afirmando esta situación. Pero mi hermano no vino.
Algunos de los hijos del cacique fascista que estaban en nuestra casa dijeron: «Yo me saldré a esperar a tu hermano para decirle que no entre». Yo le respondí: «Haz lo que quieras Máximo, pero mi hermano no tiene por qué esconderse». Ya empezabas a no confiar en nadie. Llegó la fiesta de San Bartolomé y mi hermano ya no vino, pero a mi hermano le dijeron que nos habían fusilado a todos.
Pero todo esto y con la llegada de los fascistas lo primero que hacen estos es enviar a mi padre al calabozo y desterrarnos a mis hermanos y a mi a 40 Km. de nuestro pueblo, porque durante ese tiempo – una parte de la guerra- habíamos tenido en mi casa un grupo de soldados encargados de las transmisiones –eso decíamos nosotros a todo el mundo – aunque en realidad eran dinamiteros, algunos de ellos de Caminreal, y la única persona en la que confiaban, por las referencias que tenían de él era de mi padre y se ampararon a él. Además, como teníamos una casa en mejores condiciones que que otros, lo mismo de un bando que del otro, siempre teníamos gente allí. Como eran órdenes, había que cogerlos y hospedarlos.
A mi padre lo mandaron al calabozo porque los hijos del cacique le dieron a guardar una libreta donde apuntaban los jornales que hacían los trabajadores para el cacique así como las cuentas del cacique, y aunque nos ofrecieron otras cosas materiales, nosotros las rechazamos. Lo que ocurrió es que durante los bombardeos que hubo en el pueblo nos fuimos a refugiar en un túnel que había en construcción y cuando volvimos nos habían saqueado la casa y la libreta había desaparecido al igual que el resto de las cosas.
Cuando entraron –las tropas franquistas tras el final de la guerra-, en la cochera que teníamos –porque mi padre tenía un hermano que era dentista en Alicante y tenía coche, por lo que construyeron una cochera para cuando él venía- habilitaron los fascistas una cocina y allí, el primer día que llegaron, entraron dos moros y nos cogieron a mi hermana y a mi y nos dijeron: «Tu con yo y tu con yo». Yo respondí enseguida: «Los jefes están arriba, ahora los llamo y bajan corriendo» y se marcharon enseguida. Aquella noche nos acostamos mi padre en medio y mi hermana y yo una a cada lado. Pasamos la noche temblando de miedo los tres. Al día siguiente se lo conté a uno de los militares que estaban en casa –era gallego- y se ve que le caí simpática y me ayudó en todo lo que pudo.
Me fui a casa del tío Faustino –el cacique del pueblo- a pedirle que me llevara a mi detenida en vez de a mi padre. Porque no habíamos tenido madre y para nosotros lo era todo, padre y madre. Le supliqué, hasta me arrodillé, yo que he sido siempre muy altiva. Le dije: «Lléveme a mi, que mi padre está terminando de pasar las fiebres de Malta y no puede llevar esta vida. Además, ¿Qué ha hecho mi padre?», Él me respondió: «Pero esas ideícas».
«Esas ideícas le han salvado los hijos que usted abandonó». Le dije todo lo que había que decirle, pero no lo convencí de ninguna manera. Cuando ya me cansé de suplicar, me levanté y me puse en jarras delante de él y le dije: «Pues piense usted lo que hace, tengo 24 años y si a mi padre lo matan o muere en la cárcel por no estar con la salud completa, el responsable será usted y mi padre será vengado mientras quede un Herrero».
Él agachó la cabeza y no me respondió nada. El sargento que me acompañaba me dijo: «¡Cuánta razón tenías que tener tú para ser ellos ahora los que mandan y decirle lo que le has dicho!». Yo le respondí : «Es que el portarse uno bien y ser bueno nada tiene que ver con las ideas políticas».
A mi padre se lo llevaron a la cárcel a Zaragoza y a nosotras desterradas a Caminreal tres meses. A Caminreal fuimos cuatro familias desterradas en dos carros, ¡Mira lo poco que podemos llevar!. En la puerta de mi casa se quedó todo por el suelo.
Cuando salí del pueblo, cuando marchaba, nunca he llorado con tanta amargura como en aquel día. La cabeza se me quedó en blanco. Así como después he pensado, he razonado…, fue un sufrimiento tan grande, el más grande que he tenido.
Llegamos a Caminreal y como habíamos tenido en nuestra casa a los dinamiteros de Caminreal, sus padres creían que todos habán muerto. Un día fuimos a casa de uno. ¡Había un pánico en Caminreal!. Cogían, sobre todo a las mujeres y las sacaban de la cama y en camisa – en camisón- les hacían pegar una vuelta por el pueblo, les daban una paliza y les dejaban ir a casa . Eran las mujeres de los que habían fusilado o de los que habían huido. Habían estado allí antes los refugiados de cuando mandaban los republicanos, los cuales no había hecho más que bandidajes. Yo les dije a mi hermana y a mis compañeras: «Vamos a servir de ejemplo para que vean que los rojos tienen más dignidad de la que tienen ellos». Éramos el blanco de todo el pueblo. Yo entonces tenía el pelo ondulado, por lo que me llamaban la del pelo rullo. Allí pasamos el destierro como pudimos.
Un día fuimos a casa de uno que tenía una peluquería y dijimos que allí había estado una hermana mía cogiendo el azafrán y que los conocía. Era mentira, lo que quería era decirle que su hijo dinamitero había estado en casa nuestra y sus dos hijas estaban en Valencia. A estos padres les habían dicho que sus hijos había sido fusilados. Les dijimos que no lo dijeran a nadie porque si se descubría….
El padre se desmayó de la emoción porque creía que a sus dos hijos y a sus dos hijas los había fusilado. La peluquería estaba llena de gente y claro, ¿Qué hacemos ahora? Yo, que había visto como mi padre trabajaba, le di golpes en la cara, le puse agua y, revivió.
El silencio se guardaba porque como había un terror tan grande, no había otra opción. Pero a los 2 ó 3 días íbamos a casa de otro dinamitero a avisar a los padres, porque eran 6 ó 7 los que se habían metido en nuestra casa.
La casa en la que estábamos en Caminreal tenía una gatera -agujero en la parte inferior de la puerta de la calle para que entren y salgan los gatos de la casa libremente-. Cuando nos levantábamos por la mañana, allí encontrábamos patatas, huevos, aceite, de todo, de todo.
Allí me dijeron que por el pueblo se decía que la del pelo rullo era la novia de Ismael “el Moya”. ¡Ay madre, estamos perdidos!. Entonces, el sargento “amigo” nuestro del pueblo, vino a vernos y yo le dije: «Ala, Manolo, vámonos un poco de paseo por el pueblo que me gusta que me vean con el acompañante que llevo». Me puse lo mejor que pude, bien lavada y bien peinada, además yo era un poco…lo que es la juventud…-templada-. A partir de aquí, la gente del pueblo volvió a murmurar que la del pelo rullo iba cogida del brazo de un militar. Así, de ese modo, el rumor anterior ya se calmó.
Teníamos que ir cada 6 ó 8 días a presentarnos a la Guardia Civil. Había allí un sargento que había sido muy amigo de mi padre. El segundo día que fui me dijo: «Así que sois las hijas de Juan Pascual Herrero. Juan Pascual Herrero, ¡Qué cabecica!, por ser como era se ve donde se ve, en la cárcel». «¡Oiga, a mi, dígame lo que quiera, pero a mi padre no me lo toque. Mi padre se creía amigo suyo, pero en lugar de ser su amigo, ha sido un traidor. Usted lo conoce mejor que nadie y conoce los sentimientos que tenía». Los guardias me decían que callara, pero yo…(seguía respondiendo valientemente).
[Aquí hay un inciso en el relato que posteriormente entenderemos mejor].
B. Mientras estuvimos en la cárcel, este militar que paseaba conmigo, escribía todos los años por navidad a mi padre y le preguntaba por nosotras. ¿Cómo se enteró?, no lo sé. Ya llega que salimos de la prisión y recibe una carta de él felicitándole y diciéndole que estaba muy contento de que hubiéramos salido. Este sargento se portó muy bien conmigo pero yo lo odiaba con todas las fuerzas que permitía mi alma. En esa carta le pide a mi padre que sea Bari – diminutivo de Bárbara- quien responda a la misma y que le diga en qué fecha puede venir a verla porque tiene muchas ganas de hacerlo. Yo me acuerdo aún del principio de la carta que le escribí, dice:
“Manolo:
He recibido tu carta, fecha del pasado día ¿? y hoy, día de mi cumpleaños, un hermoso día de primavera, voy a dar contestación a la última tuya del pasado mes de mayo. Te diré, que como una amistad puedes venir a vernos cuando quieras, pero con lo que pretendes, no, porque he de decirte que cuando yo salí contigo por Caminreal, te odiaba con todas las fuerzas que me permitía el alma porque veía ante mi un gran peligro y creía que con tu presencia podría evitarlo. Hoy todo aquello ha pasado. No te tengo odio, pero quiero que sepas cuáles son mis sentimientos.
Hoy por ti siento un verdadero agradecimiento, pero en aquel momento salí contigo por miedo, por evitar lo que ha pasado, que nos enviaran a la cárcel…”
Y con esta carta, ya no me contestó.
[Se acaba aquí el inciso]
Cuando se cumplieron los tres meses, nos levantaron el destierro. Nos fuimos a Zaragoza a servir –trabajo de criada de una casa- ya que no había otra cosa. Yo sabía coser, pero ¿Dónde te establecías? .
Fuimos a Zaragoza porque nuestro padre estaba allí en la cárcel, para estar a su lado y poderle ayudar porque estaba enfermo. Entonces nos parecía muy viejecito, pero no era tan viejo, más soy yo ahora. No recuerdo qué año era, pero todavía la guerra no se había acabado.
[Inciso en el relato] A nosotras nos detuvieron –la vez que nos llevaron a prisión- pocos días antes de acabarse la guerra, a los pocos días de pasar San José (19 de marzo). En Santa Eulalia del Campo (Zaragoza), donde había entonces un campo de concentración, me encontré con la madre de Mónica Gómez (quien también estaría presa en Zaragoza junto a Bárbara).
Nos fuimos a Zaragoza, todavía sin haberse acabado la guerra, después del destierro. Allí teníamos una prima que era peluquera. Se vino también con nosotras a Zaragoza una prima hermana de mis primas hermanas, pero que nuestra, no era nada. Creíamos que era una amiga, pero nos espiaba. Yo lo supe –más tarde- por el cura del pueblo.
En Zaragoza, la prima Angelita se quedó para ayudarle a ella a la otra –a la otra prima hermana de Angelita- que era más fuerte y que podía trabajar más. Al cabo del tiempo, a mi me puso a trabajar en una casa .La dueña tenía un querido que era de allí de Zaragoza y que tenia tres chicas con las que cada uno iba con una de ellas. Allí estuve yo dos meses. En eso, sale mi padre de la cárcel. Y, mientras, uno del grupo de espionaje –republicano- vino a decirnos que teníamos que entrar en el servicio de espionaje –que sois las más adecuadas…-. Y allí nos enredan y nos meten en el servicio de espionaje. Y por mediación de esa prima que no era familia, pero como si lo fuese, la que nos espiaba, dio explicaciones a los fascistas y nos detuvieron a la una y a la otra (a Bárbara y a su hermana).
Entonces mi hermana ya estaba en casa de nuestra prima de Zaragoza aprendiendo de peluquera y yo ya estaba en Teruel cosiendo y fue cuando nos detuvieron, a los pocos días de pasar San José (Final de marzo de 1939).
A mi hermana, entre que era finica (delgadita) y pequeña, parecía una cría. Tenía 17 ó 18 años, y aún le dicen: «Eh, Flores, ¿Quién te parece quien ganará la guerra?» (Estaba a punto de acabar). Y ella respondió: «La pelota aún está en el tejado, no sabemos todavía de qué lado caerá».
Cuando nos detuvieron, nos llevaron allí, a una masía en Santa Eulalia del Campo, y aquello era… A ella la pusieron en una habitación y a mi en otra que había sido cocina. Entre la mujeres que allí se encontraban estaba la madre de Mónica Gómez, otra que le llamaban Mari Tere y una de las de Navarrete. Ellas me dijeron: «Nada, nada, ponte como quieras», «Pues me voy a poner esto como almohada», «Pues es de uno de los que fusilaron ayer», «Pues por respeto a ellos, no lo voy a coger» –dijo Bárbara.
Esta masía de Santa Eulalia del Campo estaba en un descampado. Era como una cárcel, un campo de concentración. Allí no nos tocaron. Allí no hacíamos nada cada día. De allí nos llevaron a Daroca donde estuvimos tres meses y desde Daroca a Zaragoza, a la cárcel donde estuvimos 5 años –la madre de Mónica también- pasando hambre y miseria. Yo cogí una sarna sifilítica que no me quitaba de encima, cogí piojos, chinches, ladillas, todo. Entré pesando 60 kg. y salí pesando 30 kg. Entré con un pelo bonito, rullo –ondulado-, y salí con el pelo blanco y liso. Allí sufrimos mucho.
A. ¿Les llegaron a decir de qué les acusaban?
B. Si, nos dijeron que se nos acusaba de espionaje. No recuerdo quién, si Mari Tere o tu madre (se refiere a la madre de Mónica Gómez) nos avisaron de que si no queríamos que nos molieran a palos, dijéramos sí a todo lo que ellos querían que así fuese. A la madre de Mónica también la acusaron de espía.
Nosotras éramos un grupo aparte dentro de la prisión. Hasta las mismas reclusas nos señalaban con el dedo y decían: «A esas no os acerquéis, que son muy malas, todas han venido de Rusia, todas son espías» Pero después éramos el ejemplo y las admiradas de toda la reclusión. Y nuestro grupo éramos las especiales.
A. ¿Allí, cómo pasaban el día?
B. Yo, al principio, no quería hacer nada. Yo decía: «Me han de matar, no quiero hacer nada». Pero llegó un día en que se enteraron de que yo sabía coser, y ni que quieras ni que no, me metieron en el costurero a coser para la prisión de arriba de Torrero, la de los hombres: camisetas, camisas, tabardos, pantalones…, lo que fuera. Me quedé de directora en la costura, allí la vida fue mejorando un poco, porque entonces, yo, como tenía plancha, tijeras, de todo, a las presas comunes, si por ejemplo valía de coser 3 pesetas, yo les cobraba 1’5, pero a las sociales, nunca les cobré nada. Había una clara diferencia entre las presas sociales (políticas) y las comunes.
Una de las presas, a la cual yo le había cosido algo, un día me dijo: «¿Qué hay que pagar?». Yo le respondí: «Nada, Josefa, que tienes tres hijos y tu marido también está preso. Tus hijos están con tus padres, lo que necesiten para cosérselo, tu me lo traes que se lo coseré muy a gusto, lo único que tu, a veces, vendrás aquí a ayudarme a hilvanar y a sobrehilar, pero, de cobrarte, nada».
Nos viene un día con una hogaza de pan grande y un saco de olivas negras. Y allí nos tienes a todas comiendo pan con olivas en el suelo. ¡Lo mejor de nuestra vida!
Porque a la madre de Mónica no tenía quién le mandra. Los padres de Mari Tere tampoco podían ya que a su padre lo habían fusilado y su madre estaba en la cárcel con nosotras, y ella tenía un novio que era médico como ella -aún no había terminado la carrera pero le faltaba muy poco-. Este no le traía más que bombones y perfumes. Y yo le decía: «Pues eres tonta, Mari Tere, porque ni con bombones ni con perfumes vamos a pasar. ¿No es poco mejor la hogaza de pan y las olivas?»
De todas nosotras sólo quedo yo viva. Nos denominábamos “Hermanicas del sufrimiento”. Había otra a la que llamábamos madre María, pero ésta se fué luego para otro sitio. Yo siempre digo que Mónica es mi sobrina.
[INCISO] Otra presa denominada María la Camba la cogió Mari Tere porque le llegaban muy buenos paquetes, por eso, yo a Mari Tere, yo pequeñica y ella una buena moza, un día la cogí por delante y le dije: «Eres una egoísta, eres… No te das vergüenza que tu sólo vas detrás de la que tiene». «No me hables así, respondió Mari Tere, que mi padre me hablaba así y me hará llorar» Bárbara le contestó: «Pues eso es lo que necesitas, porque tu no eres mala, sino muy comodona o muy egoísta, y eso no es ser una presa social».
Y así fuimos pasando. Desde casa no podían mandarnos dinero, pero como yo cosía, siempre tenía algún dinerico.
Una vez, no teníamos bragas ninguna de nosotras y yo dije que pediría a mi padre que nos enviara una cubierta de ganchillo que había hecho mi otra hermana. La desharíamos y con aquel hilo nos haríamos bragas de punto. Pero en eso que la monja, la madre Margarita –a ellas no las custodiaban las monjas, estas estaban “arriba”, aunque esta era la directora de dónde ellas estaban y de “arriba”- que era la que le mandaba a Bárbara el trabajo para coser, le dijo a Bárbara que si quería no sé qué o unos metros de tergal. Bárbara dijo que tergal porque así se harían bragas de tela.
Con aquella ropa nos hicimos bragas para todo el grupo, porque si alguna del grupo tenía algo, esto era de todas, y si pasábamos hambre, la pasábamos todas.
A nosotras en la prisión nos vigilaban mujeres. No eran de la Sección Femenina. La directora de la prisión ya había sido directora de prisiones antes de la guerra. Se llamaba Milagros, el apellido no lo recuerdo y tenía también a su marido en la cárcel, que lo habían metido los fascistas.
A nosotras, cuando llegamos desde el campo de concentración, tenían la orden de meternos en la celda durante todo el tiempo. La pobre mujer nos subió al piso de arriba y nos dijo: «Estad por los pasillos y si oís algún ruido, meteros en la celda y cerrad con el cerrojo». Y no, no estuvimos en la celda. Y las otras, pobrecitas, nos daban lo mejor que tenían, pero la directora se portó muy bien. Después pusieron de director a otro hombre, pero también se portó muy bien, especialmente con las sociales.
[INCISO EN EL RELATO] Bueno, pues cuando yo estaba sirviendo en esa casa de Zaragoza vino un lampista, y se me queda mirando y me dice: «Tu de dónde eres?» Y empezamos a hablar y él vio que yo no era una chica para estar en esa casa. «¿Cómo has venido a parar a esta casa?», «Pues mira, tengo a mi padre en la cárcel y hemos venido mi hermana y yo para ayudarle en lo que podamos». Fuimos hablando y resulta que después, por mediación mía, entró en el servicio de espionaje republicano y fue uno de los mejores, los mejores partes los daba él. Esto era antes de terminarse la guerra, no sé cuándo, pero antes de terminar la guerra. Y cuando nos cerraron lo cerraron también a él, por mediación de esa que estaba con mi hermana –la prima de la prima peluquera de Bárbara-. No sé cómo se enteró. Y yo le dije a una jovencita, mirad, nosotras – mi hermana tenía no sé si 17 o 18 años, y la Milagros un año menos. Milagros había sido la novia de un espía muy inteligente que lo mataron a tiros y se enteraron que tenía novia. ¡Ala, pues a por la novia! Y a través de ella nos fueron cogiendo a todas-. Pues conque cogí a la chica joven y a las otra y les dije a todas: «Aquí el hablar se ha terminado. Es seguro que nos han de matar. Ni tú, ni tú, ni yo tenemos hijos y Baldomero Vicente Armendares –el lampista- si tiene hijos, así que vamos a mirar a ver si le salvamos la vida». ¡Qué pelas con los de la policía política y con la policía social! Que no lo conocíamos, que no sabíamos quién era y que no lo habíamos visto en la vida. Y lo pusieron en libertad.
Estando allí encerradas en la prisión, una noche, desde el piso de arriba de la cárcel, nos mandan una nota diciendo –nos llamaban “las Peques o las Herrero”- : «A las Peques, esta noche que estén alerta que a las tres de la mañana irán a buscarlas». Teníamos una bolsa de tela muy sucia, muy fea, pero tenía unas asas de madera, y allí dentro de las asas, cuando teníamos que sacar algo de la prisión ,lo metíamos allí y lo sacábamos. En una nota que escribimos estaba la dirección de Vicente el lampista y la nota decía: «Vicente, mira que puedes hacer por nosotras que esta noche nos sacan a las tres y esta será una salida sin retorno». Aquella noche no vinieron a buscarnos, pero Mari Tere, la madre de Mónica, las más íntimas, aquella noche no dormimos ninguna. Y pasa una celadora y nos dice: «¿Por qué no dormís?». Yo le respondí: «¿Oiga, que también es obligación de dormir sin tener sueño?».
No vinieron esa noche, pero vino un juez de lo más malo que yo he visto. Si hubiese podido cogerme y desnucarme contra la pared, lo habría hecho. ¡Me dijo de cosas!. Claro, como había estado sirviendo en esa casa –la casa de citas-, me trató de todo. Al final le dije: «A usted no le importa nada si he sido una puta o he sido una santa, completamente nada. Usted me hable de lo que me tenga que hablar, pero con mi vida privada no se meta, y haga el favor de cambiar de actitud porque si no llamo a al jefe a ver si es forma de tratarnos de esta manera». Él me dijo: «Siéntese que vamos a hablar como amigos». Bárbara le contestó: «Como amigos, ni soñarlo».
Como habíamos dicho tantas mentiras en las declaraciones que nos habían tomado al hacernos presas… Yo había firmado en Santa Eulalia que había pasado de una zona a otra a llevar noticias. Y en la casa que yo estaba en Teruel sirviendo, era una casa que tenían cuatro hijos y a mi siempre me han gustado mucho los críos. Tenía que dormir yo siempre en esa casa tenía en medio de dos de ellas. Fueron allí a pedir información sobre mí y los dueños de esa casa les dijeron: «No es verdad, ella ha firmado que ha pasado información , pero les digo que es mentira, porque comer, comía en la mesa con todos nosotros , y dormir, dormía con mis hijas, una a cada lado. Es imposible que haya pasado información a la otra zona».
El juez interrogador me preguntó por qué había firmado esto. Yo le respondí que porque nos molían a palos, y hemos preferido que nos mataran de un tiro que no a palos, por eso lo hemos firmado, pero todo es mentira.
Al final del interrogatorio, él nos dijo: «Lástima que mujeres como usted no hayan caído en nuestro bando». Bárbara le contestó: «Ah, si, ni ahora ni nunca. Y ustedes me han hecho cambiar».
Cuando salgo de declarar entraba mi hermana y yo le dije bajito: «No conoces a nadie, todo es mentira». Mi hermana se quedó… (parada), pero reaccionó pronto, y dijo que no conocía a nadie, que todo era mentira. Todo el mundo estaba pendiente de nuestras declaraciones.
Otro día nos sacaron de la cárcel porque nos llevaban al juzgado a declarar. Y se ve que a los guardias que nos llevaban les daría vergüenza de llevarnos entre medio y nos dijeron que podíamos ir delante de ellos. Yo les dije que a nosotras no nos daba vergüenza ir así, que si su misión era llevarnos entre medio de los dos, que cumplieran con su deber. Y cuanto más difícil era el momento, más serena y más tranquila estaba yo.
Y así pasaron esos años y por fin salimos (cinco años después de acabar la guerra). No salimos todo el grupo ala vez. Yo salí con mi hermana; la madre de Mónica más tarde. A la salida nos fuimos hacia el pueblo. Llegamos a Teruel y un frío que hacía. En vez de ir a casa de esos familiares que habían dicho que eran mentira todas las cosas que habían dicho de mi, dijimos: «A estas horas, eran las dos de la madrugada, ¿a dónde vamos a ir?. Vamos a la posada Utrillas» Y allí conocían a mi padre que iba mucho. La señora, la dueña no nos quiso cobrar, nos dio algo caliente para cenar, nos metió a dormir en la habitación contigua a la de ella y allí bien abrigadicas que había calefacción y no nos cobró nada. Y llevábamos los documentos que teníamos. Nos habían dicho que los lleváramos siempre encima que nos servirían de mucho –no sé yo dónde estarán-. En esos documentos no ponía más que habíamos salido de la prisión y que estábamos en libertad provisional y todas esas cosas. Y cuando se hizo de día, fuimos a ver a la familia antes mencionada. Se enfadaron porque no habíamos avisado que íbamos, que a la hora que nosotras hubiésemos llamado, ellos nos habrían abierto. la puerta. Estuvimos allí dos o tres días, no nos dejaban ir. Nos fuimos a ver a las Navarretes a San Blas, y vino una volada de aire y mi hermana y yo nos tuvimos que coger cogidicas porque se nos llevaba el viento de tan delgadas que estábamos. Después de allí nos fuimos con mi padre a Ababuj, que estaba allí de practicante. Yo me quedé con mi hermano en Aguilar y mi hermana con mi padre en Ababuj y cuando ya pudimos , nos trajeron las cosas precisas para una casa. De dónde, no lo sé. Que si una cama, que si mantas, que si sábanas. Y nos pusimos a vivir en una casa aparte –independiente- mi padre, mi hermana y yo en Ababuj. Después había un practicante que era muy amigo de mi padre que estaba destinado en la Tierra Baja –Bajo Aragón- que luego me casé en esa tierra –Alcorisa, Castellote, Mas de la Matas, el pantano de Santa Olea, esa zona. Y ese practicante le dijo a mi padre: «No, Juan Pascual, tu no tienes años para estar aquí con el frío que hace. Tú vente allí». Y fue mi hermano a ver esa tierra, el cual ya había salido del campo de concentración. Ya se había casado. A la vuelta le dijo a mi padre: «Padre, aquella tierra es el paraíso» -porque en el Bajo Aragón se cogía de todo, toda clase de verduras y frutas, y aceite, de todo, y aquí no se criaban más que patatas, cereales y borregos-. Ellos se fueron antes, yo me quedé en la sierra a terminar de coser lo que me quedaba. Cuando terminé, me fui con ellos, pero en el pueblo ya había una que cosía, y yo me dije: «¿Qué hacemos las dos coser?». Había también en el pueblo una que era enfermera, pero que se iba a Barcelona. Yo le dije que me iba con ella, que una cosa u otra encontraría.
En Barcelona ella estaba con un médico que era muy bueno, especialista de pulmón y corazón. Se llamaba Antonio Caralts Masó. Consuelo, la enfermera, le dijo que había venido una amiga suya buscando trabajo. Consuelo me puso “allá arriba” –le habló muy bien de Bárbara al médico-. A ella y a sus hermanas, en la guerra, también le habían cortado el pelo a cero porque eran rojas. Este médico tenía siete hijos, siete personas de servicio: camarera, segunda camarera, la tata, la señorita de compañía, todo. Bueno, entre tantas, algo de trabajo habrá. Ella es modista. Primero me pusieron al cuidado de la ropa y cuando no estaba la señora, me tenía que hacer cargo de recibir los encargos por teléfono, porque, desgraciadamente, todo el servicio que tenía era analfabeto. Yo, aunque poco, sabía hacer algo. Estuve allí cuatro años, hasta que me casé. No supieron que yo había estado en la cárcel. No lo supieron aunque él era bastante liberal, por las conversaciones que yo tuve con él y el aprecio que me tenía… Pero a su mujer le habían matado a su padre y a su hermano los rojos, y claro, hay que ponerse la mano en la llaga. Nada más que yo allí terminé siendo la Bari. Les hacía los deberes a los más pequeños, todo. Y estando allí, vino el doctor Fleming a Barcelona –el descubridor de la penicilina-. Me llevó ante él y le dijo: «Esta es la hija de un compañero –mi padre era inferior, que no era médico-. Las circunstancias de la guerra la han hecho venir a trabajar a mi casa, pero la tenemos como a una más de la familia». Y estuve hablando con él y yo le di la mano. Él hablaba inglés, pero algo hablaría de castellano, porque el sobrino que tengo médico, se llena la boca diciendo que su tía habló personalmente con el doctor Fleming.
A los cuatro años de estar en Barcelona, me casé y me quedé a vivir allí. Mi marido era del pueblo Dos Torres de Mercader, donde fue mi padre a ejercer allí de viejecico, en el Bajo Aragón. Yo había estado cinco años en la cárcel, pero mi marido había estado siete. Mi marido era muy buena persona. Había estado nueve años en Francia de soltero, y cuando la República, tenía una madre muy viejecica. Los hermanos se habían casado y las hermanas solteras se habían ido a Barcelona. Luego, cuando vinieron “los fariseos”, lo metieron en la cárcel de Torrero -Zaragoza- y a otro hermano lo lo fusilaron. Mi marido tenía siempre cierto remordimiento porque decía: «Mi hermano no tenía ningún ideal político, fui yo siempre quien lo encauzó. Y que a él lo hayan fusilado y a mi no… Pues hijo, decía yo, ha sido así». Congeniamos los dos, claro. Al cabo de unos años tuvo un accidente. Lo atropelló un coche que se dio a la fuga. Iba con un primo de Zaragoza y otro hermano de allí de Madrid, pero no pudieron coger la matrícula. Tuvo traumatismo craneal y estuvo a punto de morir. Las monjas del hospital me lo trataban con un deshecho. Entonces le dio por rezar por lo bajico: «Me cago en…». Yo les decía a las monjas que él no tenía la costumbre de hablar así y él me respondió delante de ellas: «Lo que no tenía costumbre es de hablar de otra manera» Una monja me dijo que no me preocupara, que lo entendía. Pero otra monja me lo trataba…, esa sobre todo, y aquello me dolía en el alma. Y el doctor Caralt tenía allí mucha mano y la mujer del director del hospital que era enfermera, había sido amiga mía. Le dije a mi cuñada que viniera al hospital a cuidar de Tani, mi marido, que yo me iba a ver al doctor Caralt. A la enfermera del doctor Caralt, a Consuelo, también se lo conté y ella también se lo dijo a la otra. El director del hospital se enteró y allí tienes al doctor Caralt y al doctor Fiblats, que era el director del hospital, en persona, a interesarse por ese enfermo. ¡Se quedaron las monjas…! . Y ellas, como son muy rastreras, me dijeron: «Y usted ¿Cómo tiene estas amistades?. Nosotras no lo sabíamos, porque si lo hubiésemos sabido…». «Si lo hubiesen sabido, ¿qué? . Pues ahora ya lo han visto ustedes. Esto les sirva para que el enfermo sea quien sea, lo traten como a una persona y no como han tratado a mi marido, y bien sé que no les viene una repulsa porque yo no quiero, porque bien han visto ustedes…». Luego ellas decían: «Que es una recomendad personal del doctor Fiblats y del doctor Caralts»
Y claro, mi marido le cogió miedo a la capital y nos volvimos al pueblo. Allí viví 30 años, siendo que el pueblo a mi no me gustaba. Yo estaba encantadica de vivir en Barcelona. En el pueblo una vida muy tranquila: yo cosía, al atardecer me daba mis paseos, por la noche leía y veía la televisión. Tenía una chica que me ayudaba en casa, pero ella no cosía, porque mi marido tenía unas tierras muy buenas y daban bastante para comer, así que, aunque no ganara mucho, no lo necesitaba para comer.
No he tenido hijos. Tuve un aborto y ya no tuve más embarazos. Luego, como he tenido la mano “agujereada”, cuanto más tenía, más daba.
Estoy en una residencia de personas mayores –en la antigua residencia de la Caja de Ahorros de Castellón, situada al final de la calle Herrero- porque mis sobrinos se han espabilado para conseguírmela, porque: «a mi, buscadme una más barata, que la tía no tiene mucho dinero». Ellos me respondieron: «Con lo que nos has dado, ¿Cómo lo vas a tener?».
E. (Entre todos los sobrinos, ya sean naturales o “adoptados” como Mónica, estaban dispuestos a pagar lo que hiciera falta para que tuviese una buena residencia, aunque han conseguido una ayuda que hace más sencilla esta opción. No obstante, todos los sobrinos la tienen constantemente vigilada, visitada y cuidada)
Dentro de la residencia de ancianos donde vive, es conocida por su bondad y por su enérgico carácter.
Al final de la conversación nos cantó una canción referente a la época de represalias de la posguerra y que se inventó una presa:
“…llegamos al pueblo,
nos llamaron malas putas, la perdición de los pueblos,
nos dieron una paliza y nos cortaron el pelo,
( ¿?) y nos llevaron a Torrero
allí nos esperaba la bruja de la Pelos (era una celadora muy mala)
( ¿…? )
y aquí termina la historia de las presas de Torrero,
que llevan más mierda encima que el palo de un gallinero.
La madre de Mónica Gómez –hoy ya fallecida- se llamaba Mónica Cruzado Salesa, también estuvo con ella presa. Bárbara dice que era muy tremenda. Ahora tendría 97 años. Reseñamos que los hijos o los sobrinos de estas familias -que hoy rondan entre los 50 y los 70 años aproximadamente-, todos, o la mayoría de ellos, poseen carreras universitarias a pesar de ser hijos del bando perdedor, lo cual indica el gran esfuerzo económico que tuvieron que hacer los progenitores, conscientes todos ellos del valor de los estudios.
Bárbara es una persona muy inteligente, pero en la época en la cual vivió, los estudios para las mujeres eran escasísimos. No obstante, en la cárcel había una escuela a la que Bárbara acudió, pero una vez allí, le dijeron que no hacía falta que fuera porque el nivel que allí se daba era más bajo que el que tenía Bárbara. Actualmente, con casi 93años, lee, hace ganchillo…
La madre de Mónica era muy inteligente y muy tremenda. Todo su grupo lo era. Al abuelo de Mónica lo asesinaron –Mónica califica a su abuelo como un liberal desde el punto de vista ideológico, que estaba por la razón, pero que no pertenecía ni a un bando ni al otro-. Parece ser que alguien le avisó que se fuera del pueblo porque alguno lo quería mal. El pensó que no tenía que irse porque nunca había hecho mal a nadie. Lo sacaron del pueblo y lo asesinaron. Está en una fosa común que hay en Teruel, junto a la carretera general, cuando se toma el desvío de Albarracín. Además de eso, metieron en la cárcel a su padre y a su madre. «La historia de mi familia –dice Mónica- fue tan dura, tan dura, que no apetece mucho contarla. Mi madre estaba condenada a pena de muerte. Eran unos tontos idealistas»
B. Después de salir mi padre de la cárcel, había un cura en Zaragoza cuya casera era prima hermana de mi madre y nos quería mucho. Yo le comenté que volvía al pueblo y él me dijo que el cura que había allí lo había tenido él como inferior o ayudante dentro de la escala eclesiástica. Este cura de Zaragoza me escribió “unas letras” para el cura de mi pueblo. Las pocas cosas que habían quedado en mi casa tras la guerra se las habían llevado para la iglesia. «Oiga, no hay derecho, que nos han dejado sin nada», le dije yo al cura de Zaragoza. Las letras que este escribió decían: «Que reclamaba lo que a Bárbara Herrero se le habían llevado y lo tenía la iglesia y que esta lo necesitaba más que la iglesia». Yo, allí que me voy con unos “humos” y en el camino me encuentro con uno que me tiende la mano y yo le digo: «La mano se da a un amigo, y tu eres un enemigo, así que sigue tu camino». Llego allí y a la Jefa de la Falange, de la que no me acuerdo el nombre, le digo: «Tú que te llevaste las cubiertas y las sábanas aquellas a la iglesia, quiero que en el término de dos horas las traigas aquí». «Oye, ¿Qué es que tú también quieres mandar ahora?» me respondió ella. «Yo quiero mandar ahora y siempre con la verdad» dijo Bárbara. Cuando mandábamos nosotros ¿te faltó a ti algo o se te hizo algo?. Pues el que ha obrado bien, siempre puede hablar. Me las trajeron, pero el lío fue que al irme al otro pueblo, por un camino de herradura, había que pasar por una balsa situada al lado del molino. Pues se habían dado cita todas las de Falange convocadas por la jefa para darme una paliza y tirarme a la balsa. Pero la hija de uno de ellos fue a su padre llorando a contarle las intenciones de la jefa de Falange. Este hombre fue rápidamente al pueblo de Perales a avisar a la Guardia Civil y vino esta y dijo: «Ojico con tocarla, porque lo que hagáis con ella, lo haremos con vosotras». Aquel día me salvé de puro milagro.
Nosotros no habíamos hecho mal a nadie. Asunción se llamaba la jefa de Falange. Pues el hermano de esa Asunción era cura, amigos de la infancia, como ella. Y vino y me dijo: «Mira lo que habláis tu hermana y tú que se os vigila muy de cerca, con muy malas intenciones». «Te lo agradezco Pepe», dijo Bárbara. Él fue noble, siendo cura, pero su hermana me quería tirar a la balsa.